jueves, 3 de febrero de 2011

La belleza – Héctor Ranea

Las redes de araña contienen el aroma tenso en el que baño mis dedos todas las mañanas tocándote apenas, volviendo locas a las golondrinas que sueño, habitando en una nuez partida en la que yacen la memoria, la danza, el olvido y el tiempo.

En esa red donde quedamos como hilos cruzados de memoria, de caparazones y sepias, de cristales que crecen haciendo de agujas y de cuerdas de instrumentos que sólo tocamos en nuestra piel, hay un tatuaje único que contiene una sonrisa en mí y una lágrima en tu cuello.

Los horizontes que tocamos, que pueden nadar en los grises mares junto a los precipicios blancos, que guían los mares, sus olas, sus crestas y su espuma, están oyéndonos recitar los poemas escritos entre los árboles y las rocas labradas. Esperándote otra vez.

Sigo sin poder sacarme el olor del café que tu cuerpo volcó en mí. Estoy embargado de un sabor que aunque es tan delicado me golpea como las olas de un huracán en la boca, en los dedos, en la garganta más perfecta que puedo educar para nombrarte.

Quisiera que nunca tuviéramos que irnos y que el pasaje que tuve pueda ser el único momento sin despedida, sin certezas, sin las curvas suaves de los caminos que nos dan la perspectiva del silencio compartido.

Abramos el cofre de silencios, de esclavos de nuestra mano que han ido a parar a ese rincón, donde todo parece fenecer pero se llena de las cuerdas de la araña, las que teje para mantener nuestra memoria.

Y como si quisiera ahogarme en vos, embriagarme con el perfume que me dejan tus pupilas, emborracharme de la alegría de tu saliva, leo los poemas en la voz más alta que he podido y los gavilanes y los tordos ya no ríen, ya no vuelan.

Las notas parecen caer sobre las cuerdas como gotas de lluvia y producen una música que puede ir poco a poco haciéndose evanescente como el vuelo de una gaviota que mira por encima de la espalda de un niño que mira por debajo del mar para descubrir las sirenas que cantan.

El deseo que se va cada mañana en ese gesto mínimo desciende del altar de tu piel, se calza en una poesía y da a los pájaros lo que demanden, se surte de tus sueños acumulados y olvidados, viaja en una luz tejida por los hilos de la araña.

Busco ese beso, como un loco busco ese beso que me envíe al cadalso de los réprobos, al infierno de los ignorados, los que nunca más van a ser recordados más que por los hilos que teja tu memoria. Siempre.

4 comentarios:

©Claudia Isabel dijo...

Una belleza maestro!

Javier López dijo...

Me enredé en esas telas de araña tan bien urdidas. Y no por accidente, por pura entrega.
Maravilla, d. Héctor.

Ogui dijo...

humildes gracias...

El Titán dijo...

belleza es combinar de esa manera esas palabras...Bravo don Ogui...