Como si se tratara de una invasión de pitufines,
todo se ha vuelto de un azul constelado,
las puertas y las paredes del yotibenco se derriten,
peruanos y dominicanos salen al pasillo.
Los amantes sorprendidos saltan de la cama,
todavía confundidos;
agitados por el forcejeo intersabánico…
La enviada de la muerte viene vestida de mulata,
entonando odas velatorias y cantos sepulcrales,
viene a decirnos que ha llegado el momento,
y todos preguntamos “Qué momento”.
Nos advierte que no nos pasemos de vivos,
que su carro de azufre está lleno de pícaros.
Le decimos que cómo vamos a morirnos un 17 de octubre.
Y nos responde enfurecida que cómo nos atrevemos
a contrariar a la muerte.
El volumen del televisor encendido está fuerte.
La bachata es hermosa en la boca del grabador.
“Así”, interpretada por Sandro, nos eriza la piel…
La cabezadura insiste en que a todos nos llega la hora.
Le decimos que su reloj anda para el carajo.
Si nos sigue jodiendo la meteremos de cabeza
en la gran pava del mate.
Tonta, no ves que todavía somos niños
y estamos leyendo Las aventuras de Huckleberry Finn.
Cómo pretendés llevarte a alguien
sin haber terminado este libro.
¡Si se entera la vida te va a matar!
Los ascensores y las escaleras se vuelven
transparentes, la urraca
que lleva en su hombro nos tira de picotazos.
Los sofás vuelan por el cielo
con sus retazos de algodón cósmico…
La conventillera vuela con su carro de azufre.
Enloquecen los mozos en los bares
y los grandes afiladores de cuchillos se degüellan.
La muy turra trata de convencer a una niña.
Entonces nos colma la cabeza
y la corremos con nuestra gran pava
de agua caliente para el mate,
para dejarla en carne viva…
¡Tomátelas títere, juguete, playmóvil de la muerte…!
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