Recuerdo,
en uno de tus arranques, que me dijiste:
¡Pará, loco, eso sirve¡
Y lo guardé.
Me acostumbré a juntar
sólo por si alguna vez te arrimabas,
o campaneabas por aquí,
no me gusta que me repitan las cosas.
Me acostumbré y guardé todo, todo.
Las mañanas a puro mate, en las venas del cuello,
los domingos en colectivo, en los huesos de la espalda,
la boca redonda esperando premio, en el ombligo,
tu vieja gritándote, en la planta de los pies,
el rocanroll de la cama, en el estómago,
la semilla despreciada, en el pecho.
Guardé todo, tanto, tan minucioso y completo,
que volviste y no me asombré cuando te dije:
ya no hay lugar para vos.
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