Mirar la música con ojos abiertos,
como los de un pez melancólico
añorando el cauce del río olvidado.
Mirar la música desde adentro
calcinar el resto del alma que aún perdura
sobre el pentagrama enigmático,
donde todas las notas se abrazan
para iniciar el periplo poético
de contemplar el cielo furioso
pronto para la descarga fulminante,
deslizándose a través de tus paredes
rosadas por la erupción,
vaciándose despacio
sobre el estanque milenario
que destila una miel desolada.
Una abeja teje un destino de líneas paralelas.
El destino propone el camino
desdibujado por la bruma entrometida
entre tu vuelo y el silencio.
Silencio de paredes movedizas
que caen buscando tu razón.
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