sábado, 15 de mayo de 2010

El gato en España 4 - Rubén della Sera

Hundido en el viento calmo
el gato flamea las piernas quebradas en llanto,
siente cómo el único latido, azul apagado,
se le vuelve en contra, le ríe en la cara.
Ayer fue la tarde, su último día.
Ahora serán noches,
y noches,
rememorando a su niña.
No sólo la besan: ella desea ser besada.
¡Su amor vibra por otro!
La imagen lo desmorona
purgatorio espurio,
dolor le arranca el alma a sabiendas de que él,
el mismísimo gato,
es el culpable.
Sí, sí, es el criminal, el delincuente.
Culpable porque él se creía señor,
¡el dueño!,
dueño de una flor que debía ser cultivada
atendida
y no dejada en la intemperie.
Tarde comprende.
El gato se enrosca en la cama
y no desea luchar:
la imagen de otras manos
y ella… ella estremeciéndose,
lo aniquila
lo entierra aún más.
Acaricia las sábanas
recorre la cama
ahí, los dos aprendieron a amarse
aunque el gato nunca le había dicho “te amo, nena”.
Coloca a Paul en el Winco.
Le oye la voz ronca, desafinada, solitaria:
sin su nena no es el mismo Paul.
Estrella el disco contra la pared,
jamás volverá a ponerlo.

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