martes, 3 de enero de 2012

Las avispas - Héctor Ranea

Las avispas golpean contra el vidrio de mi ventana.
En la tarde caliente, parecen granizos rojos que se apuran por entrar. ¿Cómo quieren entrar? Avispas que aparecen en cada vuelo duplicadas. Las patas peludas, los colores tan rojos, tan amarillos. Dispuestas a matar por –tal vez– un poco de agua de mis lacrimales. Digo: tal vez. No puedo saber qué quieren. Las avispas no tienen ningún propósito. ¿No tienen? Simplemente este vidrio está entre ellas y algo que no sé. Podría ser el agua. Tal vez es una parte de una memoria que se avejenta en estíos en los que no estaba mi casa, esta ventana. ¿Es absurdo algo en el mundo de las avispas que golpean mi ventana como granizo rojo, como memoria subida de adrenalina y otros venenos? Absurdo es que tema que entren.
Tal vez lo hagan, su choque suena determinado. Las pequeñas alas suenan a cuero, chasquidos de disparos biológicos, suenan a aguijones mortales que hienden el vidrio para pasar a través como la luz.
La luz son las avispas, sólo que menos evidentes. La luz sólo hiere en malas novelas y en ataques de hígado. Por lo demás suena a avispas que se clavan en vidrio blando como agua que fluye entre mis lacrimales que recuerdan a una mujer o suenan a campanas llenas de grillos leves, de cimientos de alguna memoria que se entorpece con mi ventana allí puesta.
Si las avispas supieran. Ellas se lanzan a chocar, a aventar, a romper con sus agujas letales el vidrio endeble de las transparencias entre sus urgencias y mis miedos. Ellas no saben porque no pueden saberlo y, por otra parte, quién podría saberlo. Ellas no saben que el vidrio es realmente tan frágil que apenas un poco de saliva sexual, un poco de golpes organizados, un par de voluntades, pueden derrumbar esa patética versión de mi seguridad.
Las avispas se dan de morro contra el vidrio.
Tal vez hay una memoria en la que habito y de la que quieren echarme, tal vez sea yo que quiero que ese vidrio desaparezca y con toda furia y razón las avispas me exijan lo prometido.
Porque uno promete cosas que ninguna avispa puede saber
a menos que sean memoria.

Tomado de: Las Avispas (inédito, 2004)

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