―Vieja
Le dice el hombre a la mujer, le dice.
Le dice:
―¿Compraste el queso fresco,
ese del bueno, que venden en los chinos?.
Pero quiere decirle:
—¡Qué bonita estás, así, tan de entrecasa!
Le dice:
―El sodero dejó un sifón que pierde.
Pero quiere decirle:
—¿Te dije alguna vez que sos hermosa?
Le dice:
―El trompa prometió que el viernes paga.
Pero quiere decirle:
—¿Podés imaginar cuánto te amo?
―Vieja —dice el hombre mientras fuma
el último cigarro― dejame unas monedas
para el tren, que no pude cambiar un San Martín
porque el kiosco de la Bety está cerrado.
Pero quiere decirle:
—Me muero por irme a dormir entre tus brazos.
La mujer lava los platos.
Oye «queso chinos sifón trompa el viernes
monedas San Martín kiosco cerrado»
Pero escucha:
—Sos lo mejor que me pasó en la vida.
El hombre apaga el cigarrillo y se levanta.
La mujer cierra la canilla, seca sus manos.
Parece que fueran a abrazarse, pero no.
Ni se miran.
No importa. Eso también es parte del lenguaje
que sólo ellos dos hablan.
Pasan uno al lado del otro. No se tocan.
Y sin gestos, sin palabras, sin nada:
—Te amo ―parece decir él.
—Lo sé, mi amor ―parece decir ella.
Hay idiomas que no tienen palabras.
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