Escuchalo en la voz de Pancho Alvarellos ("Córdoba va", Posdata, 1985)
Crecimos con lo Beatles
las primeras pitadas de Saratoga sin filtro
las hicimos una tarde mientras jugábamos a la payana en la Plaza Colón.
A nosotros nos tocaros los cuatrocientos golpes
y nos quedamos sin aliento en una Estrada cualquiera
mientras contemplábamos el anochecer de días agitados.
La niñez quedó atrás
junto a los caramelos Misky, el tintero involcable y el olor a mandarina.
Nos llevábamos el mundo por delante, salimos a la calle a gritar palabras felices o incoherentes
pateamos el tablero, desvestimos los santos, metimos el dedo en las llagas
rompimos los esquemas
y tiramos los pedacitos al viento de la historia.
Pero claro, después vino lo otro.
Una inmenza inmundez inundó nuestro mundo.
En aquellos diás, al levantarnos,
los presentimientos nos asaltaban a punta de pistola.
Todos, en mayor o menor medida, éramos sospechados de ser sospechosos;
éramos culpables de algo.
Fúmábamos toda la noche con el corazón hecho una fiera
mientras esperábamosoir las botas del domador.
Nuestros amigos, arrancados de cuajo de nuestras vidas,
quedaron detenidos en el tiempo.
A esas fotografías inexactas, a esas malas copias que nos dejó la muerte
las escondíamos en los pasadizos de la memoria.
para no despertar las iras de las fuerzas de seguridad.
Crecimos con lo Beatles
las primeras pitadas de Saratoga sin filtro
las hicimos una tarde mientras jugábamos a la payana en la Plaza Colón.
A nosotros nos tocaros los cuatrocientos golpes
y nos quedamos sin aliento en una Estrada cualquiera
mientras contemplábamos el anochecer de días agitados.
La niñez quedó atrás
junto a los caramelos Misky, el tintero involcable y el olor a mandarina.
Nos llevábamos el mundo por delante, salimos a la calle a gritar palabras felices o incoherentes
pateamos el tablero, desvestimos los santos, metimos el dedo en las llagas
rompimos los esquemas
y tiramos los pedacitos al viento de la historia.
Pero claro, después vino lo otro.
Una inmenza inmundez inundó nuestro mundo.
En aquellos diás, al levantarnos,
los presentimientos nos asaltaban a punta de pistola.
Todos, en mayor o menor medida, éramos sospechados de ser sospechosos;
éramos culpables de algo.
Fúmábamos toda la noche con el corazón hecho una fiera
mientras esperábamosoir las botas del domador.
Nuestros amigos, arrancados de cuajo de nuestras vidas,
quedaron detenidos en el tiempo.
A esas fotografías inexactas, a esas malas copias que nos dejó la muerte
las escondíamos en los pasadizos de la memoria.
para no despertar las iras de las fuerzas de seguridad.
Algunos se volvieron moscas de tanto sonreírle a las arañas.
Pero otros se volvieron viento, canción, poema, memoria.
La flaca Titina, el Pelusa, el gordo Ramos, el petiso Acevedo,
el Pato, la turca Flores, el Coqui...
Si pasan por el dique San Roque
arrojen una flor blanca
y no pregunten porqué.
Nadie se cura de espanto.
Eso, no lo sabe el domador.
el Pato, la turca Flores, el Coqui...
Si pasan por el dique San Roque
arrojen una flor blanca
y no pregunten porqué.
Nadie se cura de espanto.
Eso, no lo sabe el domador.
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