Fijo en el techo,
quieto y distante,
el ventilador duerme
su siesta de invierno.
Sueñan los ventanales
cerrados, herméticos,
mientras guardan
sus impenetrables
secretos.
Sueñan los árboles,
estáticos, sedientos
del suave roce
de gentiles amantes.
Sueñan mis manos
con el agua tibia
del río,
sueña mi cuerpo
con esa cuna acuosa,
seno materno,
que me abraza y me
arropa.
Y en esa espera quieta,
del silencio oscuro,
donde el frío agobia
al hombre y al niño,
ellos sueñan,
y todos soñamos,
abrazando recuerdos,
de tardes pasadas
en los días de estío.
María del Pilar Jorge
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