Con la delicadeza de un susurro
entra el elefante:
elige entre las góndolas
un delicado juego de té de porcelana de la China
dos floreros de alabastro
seis copas de cristal de Murano
una reproducción en yeso esmaltado del beso de Rodin
extrae de la delicada bolsa de yute que cuelga de un colmillo
la tarjeta de crédito del Banco de Tanzania
que no es aceptada
-lo lamento mucho-
por la vendedora.
El elefante se retira ofendido:
esto no va a quedar así,
no saben quién soy yo,
tengo mis influencias, dice sacando el celular.
Se va.
Entra un mono con navaja.
Final alternativo:
Falsa alarma.
No es navaja: es abanico.
El mono pregunta por el local
de lencería erótica
y se va con sus cuatro patas.
Vuelve el elefante
acompañado por su abogado
y un activista de Grispís.
Les muestra unas estatuillas de marfil que,
jura y perjura,
fueron talladas en sendos trozos extraídos
de los blancos colmillos de su abuela.
El elefante, herido de piedad filial,
rasga sus vestiduras
llora
berrea
exige una reparación
un pedido de disculpas
un mea culpa o,
como mínimo,
un porcentaje de las ventas.
El abogado toma nota.
El activista, conmovido, le ofrece un pañuelo.
De papel reciclado. Faltaba más.
De "Shopping", en construcción
Tomado con autorización del autor del blog: Bruno di Benedetto
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