Cuánto me gustaba esa destreza que tenías
para arrojar palabras por la boca entreabierta,
chiflando entre los dientes y cansado
como un inmortal cuando despierta.
Cuánto me gustaban los indicios en tu cuerpo
cuando afilabas el lenguaje y lo lanzabas
como microbio o como hacha arrojada / al aire
sin darte vuelta a ver la sangre
del herido.
Cuánto me gustaba la estridencia de tus manos
cuando escribían sobre la infancia y la belleza
como los santos o los mudos
que huelen a rosas.
Con autorización de la autora, del blog http://enlapiznegro.blogspot.com/
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