Mirame, por favor.
Dejame mirarte a los ojos.
Ahora. Así.
Quiero que veas
cómo lo profundo de tu amor
me llena de placer
antes de quitarme la razón.
No, no me digas nada…
dejame sentirte así,
latiendo dentro de mí,
acariciándome las entrañas
con tu forma tan suave
y a la vez tan firme.
Ves? ya viene,
ya el fuego da paso a la locura,
ya no responderé por mí,
pronto ya no podré mirarte…
ya no me pertenezco…
el rayo empieza a recorrer mi columna
y cada poro de mi piel,
sin que pueda controlarlo,
tensando mis músculos para retenerte,
hasta que estalla en mi boca
en un callado grito ancestral,
con la fuerza que me eleva
desde este infierno
hasta el mismísimo cielo del placer.
¿Cuánto dura este instante?
¿Treinta segundos,
cuarenta, sesenta?
Y luego las lágrimas
y las risas
y el abrazo cálido
que nos hace dormir,
felices de habernos encontrado
una vez más
en el profundo infinito de la mirada.
.
2 comentarios:
¡Claudia! Lo leí a la hora del desayuno y... caramba...
Muy bueno
Gracias Ana! Saludos!
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