Sucede. En la llegada o la partida
(¿de qué otra cosa se componen
los días?), en la desnudez,
cuando no nos acercan ni un pronombre,
ni una lámpara, pero también
cuando andamos vestidos
y cruzamos el jardín –a salvo,
pensamos-. Sucede.
En el agua del delfín,
en el agua que sueñan los sedientos,
en la tierra de las semillas
y las cenizas, en la tierra
donde el lobo conversa con su sombra.
Acontece. Sucede siempre.
Aunque el perro arañe la puerta,
suene música de órgano,
la noche se cierna sobre los aleros,
la sábana se convierta en sudario,
el gallo se olvide de anunciar el alba,
un dios, cualquier dios,
un patético remanente del que Fuera,
anuncie un nuevo diluvio,
con desgano, sin que ninguno lo oiga.
Inédito. Publicado con permiso del autor.
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