Empujar la ciudad hasta que se hunda en el río,
hasta que el moho envejezca
su alma corrompida por la fe en los muelles,
por su esperanza virreynal, su angustia de bache y desolación,
su trampa de asfalto y semáforo.
Empujarla, dejarla sin opciones, sin tributos
a las marionetas que la sostienen
empeñadas en su perspectiva de cemento y contrataciones.
Darle en la cabeza, quebrarle los huesos,
que grite, que pida por su vida, por su estúpida vida
lamente haber nacido de espaldas y hacia Europa.
Perforar su carroña de tardes de domingo,
su rumor reaccionario de boca en boca,
el veneno con que nos distrae, su ortopedia criminal y contemplativa
avanzando con sonrisas de lástima y piedad.
Empujar la ciudad hasta que se hunda en el río
aunque haya que apretar los dientes, morder niebla
y seguir sin saber /una vez más/
que gusto tienen los caníbales.
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