yo escribo ominosas iluminaciones que (me) aterran.
Él es bien parecido, lánguido, varonil;
yo soy deforme de un hombro, nervioso, azul.
Sube con su recortado pelo a un automóvil color serio;
yo camino desoladas arboledas invernales sollozando.
Me enamoro de un árbol al mediodía
y a la noche su madera arde en algún hogar caprichoso.
Soy desdichado ante el leño que ha sido.
Él ama los bosques intocables,
las nieves eternas, los astros impolutos.
Es, se siente: tan longevo como el universo.
Yo amo la gravedad, el dolor ante el dolor;
él juega con la poesía mientras yo la blando.
Él subyuga con versos hermosos;
mis poemas relampagueantes apenas reciben un suspiro.
No me reconozco en él
como la gota del otro
ni como la estrella del griego.
No se reconoce en mí
porque ha perdido el don
de mirar en el otro por sus propios ojos.
Sólo nos encontramos –de vez en vez–
en el lado que nos toque del espejo:
yo de barba cana, él afeitándomela
a través del vidrio.
DE: La senda que nunca. Inédito
No hay comentarios:
Publicar un comentario