La vio junto al mar
Idunn, valquiria de pelo negro.
Su cacería pintaba
—vislumbró el gato—
placeres, sabores húmedos,
y un rosario de condecoraciones.
El ataque se concretó,
lógico, frente al mar.
Una tempestuosa batalla daba comienzo:
La valquiria afiló sus armas
impetuosa guerrera,
el gato apeló a su instinto
astuto cazador.
Y de golpe, él se encontró con que la carne
—sí, la mismísima carne, gato—
puede saber a espíritu.
Que el brío del estoque profundo
conduce al alivio
al lento olvido de otros amores.
Que poco importan las condecoraciones
cuando una mujer —y no una niña—
se abre al conjuro de un frenesí,
un amor hasta ahora desconocido.
El gato dejó de cazar a destiempo,
evadió otras presas,
supo que ahí
entre aquellas dunas,
la vida le giraba el viento
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