La que vive
entre desvanecerse al ser.
La dama
de los ojos que demasiado han visto.
La del viento,
ya no ve.
Ya no es.
Sobre un céfiro fugaz
se ha ido en busca,
y ahora que regresa
con las manos
vacías
y tan llenas
de la premura
del tiempo despiadado
que va,
que se va,
y deja polvo
y nada.
Y muerte.
La que vive
entre desvanecerse al ser.
La dama
de los oídos que demasiado han escuchado.
La del compás,
ya no oye.
Sobre la asonancia de una rima
se ha ido en busca
de hallarse música,
y ahora que regresa
con ella entre los dedos,
con ella entre las curvas;
de las que callan,
de las que cantan el silencio:
las mohínas,
las adustas,
las huidizas.
De las que los rostros no perciben.
La que vive
entre desvanecerse al ser.
La dama
que se ha ido por demasiado andar.
Y por desandar ha sido
y por ser,
se ha desvanecido
donde retoza
lo que se cree que jamás ha sido.
Y no es muerte,
y es tan vida
como la vida misma le es.
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