Al final, antes de florecer,
de abrirse paso a través
de si, materia por pasión y acción ensanchada.
Hubo un punto de salida,
una breve sucesión de líneas
en el papel plegado,
un enanzar que acabó de golpe,
de un tajo. Y así,
la herida en el costado
y no el costado del desnudo
ofrecido y vasto
a los ojos. Pudo ser
-pienso- acodo en tallo vigoroso,
en tiesto, cruz de Jerusalén,
geranio; pudo ser
alambique del que extraer, al fuego,
destilación, espíritu;
pudo ser óptima.
No fue. No llegó a ser.
No hubo mediodía.
No hubo cristal de rueda giratoria,
ni cristal grabado,
ni cristal de turmalina;
ni coloide, ni agua de rubí
recogida en lienzo
por puro amor a la madrugada.
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