Chelsea, Londres, enero de 1982/Buenos Aires, noviembre de 2011
Quizás el secreto esté en los ojos de un roedor que ahora muerde los barrotes de su jaula. En el óxido de otros barrotes, en celda de cárcel o manicomio. En la cárcel donde alguien sueña que regresa a casa otra vez niño y llama a su madre y ella trae, en un plato, bizcochos. En el manicomio donde cada cual rota sobre si mismo y gira alrededor de un alto árbol sin raíces y dirigido por entero hacia las nubes. En la gravilla. En el cieno. En lo que se arroja de la casa luego de la limpieza. En el oro. En el preciso movimiento de un reloj. En el impreciso testimonio de quien mira a través de una rendija. En la dirección al mar, al gallo que rasga el aire de la mañana, al oráculo que algunos suponen reside en un trapo atado a un palo enterrado, al grafito de un lápiz que olvidaron en una caja. Tal vez, bajo una camisa de mujer, en la palabra rosicler, en un gorrión, cualquiera de los que anidan de a decenas en las ramas, en un pasaje que habla de lluvias de sapos y ranas, en un almacén con olor a aceites y pinturas.
¿Cuál es ese secreto, qué contiene, qué poder reside en su sustancia, qué ángel o demonio lo habita, por qué el anhelo por hallarlo, para qué esta página que lo invoca?
Te lo pregunto, obstinada presencia en la bruma escarchada de Swansea.
Aguardo, confiado, la respuesta.
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