El gato recuerda cómo era:
la previa del aguante,
cuatro columnas, una escalera,
la puerta al final del pasillo.
El cuarto de ella,
y la bandera aborrecida
pintada sobre la pared
que de pura magia se le hace ternura,
si él nunca fue un tierno.
Dientes pequeños
dentro de una boca que le señala:
“Haceme tuya, gato”
y el pelo brillante, castaño,
debajo del ahora rubio ajeno
él lo sueña despierto, claro que sí.
¿Puede, ahora? No, el gato
no quiere pasar otro nivel.
El mundo que espere
los compromisos se disuelvan
ahora son…
No, otra vez no,
es que ahora no son ahora
fueron ahora, pero tan cerca,
tan encantadoramente cerca,
que al gato le parece
que puede deslizarse esos tres pisos
para que ella le cante
una de los Beatles
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