Sos el candado y sos la llave
puerta de todo placer
y de todo llanto.
La ardua busca que conduce
al ojo ciego de la cerradura
termina en la punta de un dedo,
en la boca de un vientre.
Infinitas combinaciones
protejen el terciopelo de tu sangre.
Yo estuve ahí,
y he perdido las señales
o no he querido ver,
Ariadna, tu rastro luminoso.
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