Pequeñas llamas
aferradas
al viento
y a un horizonte
insaciable,
que las consume,
y una voraz
zozobra
que las impulsa.
Todo así
cielo y distancia,
entre dos
mundos prisioneros,
dos brazos abiertos
hasta el límite.
Briznas,
no más que un suspiro.
Beben de un sorbo
y mueren.
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