De todos los rincones del cuarto
surgían en mi infancia
sombras en las sombras de la noche.
El insomnio, que nos encadena a esta orilla,
me impedía escapar hacia esa región
tal vez más familiar, que son los sueños.
Oscuras, las cosas mudaban su sustancia
amable en la claridad del día
y se volvían un solo miedo incoloro
que asaltaba mi alma.
Entonces, la sábana con que cubría mi rostro
era la única sombra protectora:
me libraba del confuso acecho de las cosas.
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