Damián no conoce mi nombre
ni mi mirada mínima y sin mal
Damián merodea
me rodea
muerde almendras que penden en mis sienes
manda
miente
menea el abanico con cara de inocente
Damián se enamora de la música que mece las espigas en mi mente
se disipa indiferente entre los pliegues
Damián merecía mejor suerte:
vivir
o acaso ser vigía en el umbral de la muerte
2 comentarios:
Muy buen poema aunque se viste de tristeza.
Besos mil.
Siempre el amor con su dolor implícito, Puga. Pero usted ya ha descubierto la llave: la presencia está en la permanencia.
Tan bello poema para tanta pena.
Oscar d'Oliveira, Tucumán
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