Emanaciones intensas, viriles
aromas que la envolvieron
que la hicieron caminar en el aire
a abrazarse a la almohada
soñándolo…
deseándolo.
Pesares en gama temporal
recogiendo azules,
hasta que él se decidió,
el once de diciembre se decidió.
Y la niña pasó de nivel ante el empuje de su gato,
su universo.
Un día, no importa cuál,
tampoco importa por qué,
pero sí que hace mucho, demasiado,
un cajón del corazón de ella se cerró.
Fue olvidado.
Enterrado por la vida.
Hoy, una señora consulta vivencias:
lo esencial aún sigue ahí, descubre.
¡Sigue ahí!
El cajón se recupera al conjuro de un poema,
palabras que antes,
el gato jamás le había dicho.
Y las noches de espera
y los amores pasados,
y los presentes,
y los futuros,
no se piensan
sólo aparece
el recuerdo de aquel perfume
y ella caminando, suspendida en el aire
tras la presencia de su amor.
Pero este gato es uno nuevo,
renacido de cenizas,
de evocaciones de juventud.
Aquel gato de antes, sí,
pero diferente,
que la ayuda a abrir ese cajón
y a desear que jamás se cierre.
A desear…
sí, con el alma,
que jamás se cierre.
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