levantaron una casa
sobre el ruido del taller; desde una
lejanía sin nombre que se dibujaba
en las hojas muertas de los paraísos,
penetró de nuevo en sus cabezas calvas
el llamado de la cal y obedecieron
al impulso de escapar
de la intemperie; parado
en la misma esquina donde lo vieron
por última vez, pedro concibió
otro edificio, misma altura:
una caja luminosa con máquinas
modernas, oficinas, cierto ensueño
de patria encaminaba rectamente
a los hermanos hacia las entrañas
de una plegadora eléctrica
ahí está pedro,
en la incisión de cada mediodía:
ya tomó el café y enseña a los chicos,
hijos de los hijos de héctor,
a agujerear la siesta
con recuerdos futuros
antes de volver al colegio y al
trabajo duro: no eran años
de esquivar al viejo que confundía
sus nombres con los de sus padres:
expertos en cazar arañas con palitos,
perder las carreras con el bóxer,
trepar a la ventana del taller,
repetir la canción del caño, no
supieron que el día iba a revelar
resbalando en la arena
de la obra nueva, una rata
más rápida que la vista, la patada
del tío pedro, la mancha gris
a varios metros sobre el agua
sucia de la calle: fuerza y razón
no le faltaron al héroe
que como el siglo se hacía viejo
y mantenía intacta su pasión.
ahí está héctor,
entre el trabajo duro y las series
embucha el té con leche de la tarde,
criollitas con manteca
y mermelada de naranja:
la misma cocina que comparte
con la mujer enorme siempre alegre
y triste como un paisaje
varios años después lo verá solo
con un busto de voltaire iluminado
frente a él sobre un atril; el lugar
donde ella preparaba las pizzas
del sábado para hijos y nietos
es ahora una caverna que protege
maternal al viejo en su viaje
gótico hacia la desesperación:
cada trazo en carbonilla animaba
el simulacro de una cara
con la sonrisa ambigua
de quien daría la vida por probar
que la luz cría a sus mártires
en el agua del destierro: odio y temor
no le faltaron al héroe
que como el siglo se hacía viejo
y mantenía intacta su pasión.
levantaron juntos una casa,
inventaron ritos para celebrar
los días y los años del imperio
iguales en la felicidad: día
a día los lamentos de héctor,
el furor de pedro: mientras las mujeres
se fundían en la cera y los hijos
aprendían mudos el valor del mal,
desde el taller subía el estruendo
de las voces que pulían la palabra
santa, el apellido musical: nunca
fueron jefes pero aceptaban ser
patrones: con cada golpe de maza
sobrenatural en tubos de hierro
encerraban la idea de que juntos
hacían por deber lo que aislados
en el hueco infinito de la casa
harían por miedo o por vanidad
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