XII
Tan sólo eras dueña
de tu cuerpo,
territorio de carne diminuta,
cansada de la vida.
Tus ojos,
eran asombro adolescente
y la urdimbre sutil de tus cabellos
un amoroso marco
a tu hermosura.
Aquel invierno te fuiste.
Mis palabras dejaron de nombrarte
y los sueños se alejaron
sin remedio
Evoco solamente
de aquella noche de velorio
en Las Iguanas,
la palidez silenciosa de tu rostro
y la aridez extraña de tu cuerpo
inmóvil sobre la manta de telares;
la mixtura blanca,
inmaculada,
de organza y muselina,
el entorno de cirios
rechinante
y el pavoroso olor
de la cera derretida.
Tus ojos, cerrados para siempre,
dejaron sin amparo
los arrebatos de mi amor callado.
Por la mañana,
cuando la gente se fue del camposanto,
me quedé llorando mi tormento
mientras rezaba en canciones
mi agonía.
2 comentarios:
¡Muy bueno! Aparte de que evoca un momento terrible, personalísimo y doloroso, tiene una atmósfera digna de Poe. ¡Qué maravilla la palabra cuando puede ser vehículo de lo terrible en manos de la belleza!
Coincido en los conceptos con Ogui. Excelente, Antonio.
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